Resumen de mis primeros días en Finlandia (2)

Antes de entrar en el avión tuve que estar esperando con el resto de la gente a que abrieran la puerta del pasillo que conduce al avión. Parecía no ser el único en esa situación. Como la cosa tardaba saqué mi libro de Palahniuk y me lo puse a leer en una esquina, apartado de la cola de gente.

Cuando la cola empezó a avanzar, seguí leyendo; y así hasta que sólo quedamos unos cuantos. Un chico en la puerta con el pelo largo y rizado estaba diciéndoles a sus amigos que siguieran, que se metieran en el avión, que él intentaría arreglarlo.

En el avión me puse en ventanilla y detrás del ala, como me gusta. El avión salió con una hora de retraso y nadie del personal del avión hablaba español. Tuve que agudizar el oido para entender qué demonios estaban intentando decirme. Fue mi primer contacto con el inglés a gran escala. Nadie podía ayudarme a partir de entonces si no me ayudaba yo mismo. Ya estaba fuera de casa.
En el avión seguí con mi lectura y me quedé dormido hasta la hora del desayuno.

Compré mi billete en la página web de KLM, que no tiene precios del todo malos, aunque los horarios estén un poco pillados para llegar a Helsinki a tiempo para enlazar con el primer tren y hacer el viaje lo más corto posible. El equipaje se embarca en Madrid y se encargan de cambiarlo de avión automáticamente, cosa que me tenía preocupado por si no era verdad, pero que al final se solucionó solo. Sólo hay que preocuparse por coger el equipaje al final, ya que en el resto del mundo no bajas directamente del avión hacia los equipajes, sino que tienes que buscar tú mismo por los carteles en idiomas que no entiendes dónde están todas tus cosas.

El vuelo se me hizo corto por ir dormido la mayor parte del tiempo. En hora aterrizamos en el aeropuerto internacional de Ámsterdam, rodeados de niebla a pocos metros de la pista y frío.

En el aeropuerto nunca hay mucho que hacer si tienes que pasar allí tres horas de tu vida. Los vuelos sin escalas realmente valen el dinero que se paga por ellos. No obstante, Schipol está lleno de tiendas de todos los tipos en los que se puede pasear tranquilamente, eso sí, no con mucho equipaje de mano, como fue mi caso.

En la tienda de delicatessen me compré una caja de siroopwafelen, delicia holandesa con varios acidulantes y conservantes que sin embargo parece un par de tartaletas tostadas con una fina y riquísima capa de miel en su interior. El resto de las tiendas iban desde las ya clásicas tiendas de chocolate, donde los Toblerone son el artículo a adquirir, hasta las de alcohol de todos los colores y tamaños y que desgraciadamente tuve que dejar de comprar porque tenían un precio (caro) para viajar dentro de la UE y otro más barato para viajar fuera. De todas maneras mi equipaje de mano rebosaba cosas por su mala colocación y además ya pesaba lo suficiente.
También había tiendas de ropa, souvenirs holandeses, de gafas de sol y mucho más. El aspecto general del aeropuerto era de modernidad, y en él había una pared sobre la que se proyectaba publicidad, una fuente grande pero con pequeños chorros y muchos sitios donde sentarse, como el sofá estilo Dalí que representa unos labios.

Compré un paquete de chicles en la tienda de prensa internacional y leí los titulares de los periódicos españoles. No me iba a importar lo que pasase en España durante el próximo año. De hecho, el presidente podía haber sido asesinado y yo no me daría ni cuenta.

Después de eso me recosté en uno de los butacones para todo el cuerpo que había cerca de la zona de información y que daban a la ventana para poder ver despegues, aterrizajes y esos monstruos voladores quietos.
Luchando por no quedarme dormido ví un rato la CNN, leí a Palahniuk, hice un Tour por el cuarto de baño y me dí un par de paseos por el aeropuerto.

Cuando fui a embarcar ví que habían cambiado la puerta de embarque y por treinta segundos sentí un poco de pánico. Después pregunté y me fui hacia la mía tranquilamente.
Allí había un par de chicas que había visto en el vuelo Madrid-Ámsterdam, que estaban también esperando para ir a Helsinki. Las miré, me miraron y después de un retraso de una hora, embarcamos.
— Genial — pensé — ahora no cojo el tren a Joensuu ni de coña.