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Rusia(9)

LLegamos a Pushkin pronto en la mañana. El autobús nos dejó a trescientos metros de la entrada, con lo que en el camino pudimos ver a niños rusos jugando en la calle (¿por qué no estarían en el colegio?) y los típicos puestos que hay al lado de todo monumento ruso.

El día era frío y amenazaba lluvia, así que nos pusimos rápido en marcha después de escuchar la historia de Tetris de que se había quedado dormida y de que se había olvidado algo en el hotel. Ya no recuerdo el qué, pero recuerdo que lo había dejado en su mochila.
El que sí se olvidó sesenta euros debajo del teléfono en el hotel fue Adam, que volvió a por ellos y seguían en el mismo sitio en el que los dejó.

Nos dirigimos sin más a la puerta para visitantes.

Diez minutos de cola para dejar el abrigo pasamos al otro lado a empezar la visita. No pudimos dejar de reparar en que pagamos 25 euros por esta visita pero en la taquilla (Kaka, en ruso) ponía que la visita sólo costaba 7. Extraño.

Nos pusieron a todos en la cola, nos contaron, y pasamos dentro. Para hacer la visita por el palacio nos teníamos que poner unos protectores para los zapatos para no rallar el suelo. Todo esto estaba en la planta de abajo, así que subimos a la planta de arriba y empezamos por el salón principal del palacio, completa y exageradamente decorado con oro.
Había más de un grupo haciendo la visita, la mayría de colegios rusos lleno de niños con (realmente) cara de rusos, y algunos con ese mostacho horrible de «aún no me he afeitado por primera vez». Esos niños intentaron mangar alguna cartera a algunos del grupo de nuestra visita: mientras algun niño que hablaba inglés distraía, los demás intentaban mangar a los presentes. Evidentemente eran todos malísimos y se les cogió con las manos en la masa y la cosa no pasó de ahí.

En cuanto a nuestro grupo, paramos un rato por allí, un grupo de música a capella nos cantó una canción y nos intentó vender alguno de sus discos y salimos del salón principal para ver el resto de las habitaciones.

Cada habitación tenía unos cuatro metros de alto y siempre tenía una o dos estufas igual de altas. Fuimos recorriendo en los pasillos viendo cosas como algún dormitorio, algún cuarto para comer y salones pequeños.
El papeo.

Después de unas cuantas habitaciones, entre ellas una en remodelación que parecía un salón gigante con las paredes y el techo llenas de pinturas llegamos a la habitación de ámbar, la estrella de Pushkin.

Lujo
Esto era y es lujo. Ostentoso y feo, por otra parte.

Al lado de la habitación de Ámbar, como en casi todas las habitaciones se podía ver una foto que comparaba el inicio de las tareas de restauración con cómo quedó finalmente.
La verdad es que no sé en qué se basaron los restauradores para dejarlo tal y como está actualmente, pero en una habitación (edificio) en el que simplemente quedaban unas paredes no y había forma de saber por ellas qué había en cada instancia es un poco dificil tener rigor. Yo, como digo, creo que fueron encontrando las piezas y las montaron a su gusto, con lo que lo que el visitante ve apenas es lo que debió haber en su día.

Seguimos con la visita. Por las ventanas que había a nuestra izquierda podíamos ver una serie de edificios adosados, de corte similar al palacio de Pushkin, pero bastante pequeños que eran las estancias del servicio.
En ocasiones la gente que vivía en Pushkin se encerraba en unas habitaciones y pasaba, por debajo de las puertas notas con la comida y las cosas que necesitaban. Los días de orgías.

Dimos la vuelta por un par de estancias y pasamos a ver las habitaciones del otro lado del edificio. Más o menos bonitas todas ellas, aunque la mayoría se había preocupado más del lujo de que fueran bonitas. Las últimas tenían sobre todo cuadros, armas, armaduras y vestidos del último zar de rusia, Alejandro tercero y su familia.

Quién mató al doctor Romanov?

Al terminar salimos fuera otro rato para hacernos las últimas fotos.

Haciendo el gamba.

De allí nos volvimos a San Petesburgo, donde nos dejaron en la plaza de la iglesia de San Isaac para que hiciéramos lo que quisiéramos con nuestra tarde.

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